En el artículo anterior les había dicho que la familia moderna se está deteriorando y existen dos extremos que están contribuyendo en ese proceso de desintegración. Primero la falta de disciplina y segundo el abuso de los padres al querer aplicarla.
Muchos hijos, aquí en los Estados Unidos, llaman a las autoridades por cualquier reprensión de sus padres y se quejan de que estos los están “maltratando”. El problema está en que los que han caído en rebeldía y obstinación consideran como maltrato cualquier tipo de corrección en el hogar. Esto da como resultado, por un lado, padres tolerantes, indiferentes e irresponsables; y por el otro, hijos insubordinados y hogares desintegrados.
El secreto del éxito en la corrección de la familia está en poner en un lado de la balanza los preceptos de Proverbios 23:12-14, de corregir, disciplinar a los hijos y castigarlos siempre que sea necesario; y en el otro, el cuidado de no “provocarlos a ira” ni humillarlos hasta provocar amargura en su corazón (Efesios 6:4). Mi consejo es que como padres cristianos, aprendamos a evitar el “machismo” latinoamericano; pero no por eso se debe perder el control y el lugar que le corresponde a cada uno en el hogar.
Hay dos maneras de causar daño real a los hijos. En primer lugar, el abuso físico especialmente si se utilizan objetos no apropiados sumados a que el padre o madre puede perder los estribos; en este caso es mejor que los padres no castiguen. En segundo lugar se les hace mucho daño a los hijos cuando se les consiente y se les dan todos sus caprichos, sumado a que muchos padres quieren vivir en sus hijos lo que ellos no tuvieron.
Dios es el creador de la familia (Génesis 1: 27-28) si seguimos sus instrucciones mantendremos familias sanas.
Carlos E. Guerra M.
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